Los Viajes de Sisifa

lunes, marzo 13

A comer Bienmesabe


Por Pablus Gallinazo

En materia culinaria, no hay nada más difícil que cocinar un libro: si se cuece muy poco, podrá quedar de buen sabor, pero lo más seguro es que resulte indigerible. Y si se cuece demasiado, tenderá cada vez más a volverse sopa, masacote, puré, que son tres de las formas que hemos hallado a la carrera, para evitar la palabra que conviene y que es la única del español que no se puede mencionar en una receta.

¿Cómo se cocina un libro? No es sencillo: la mayoría se hace tomando por asalto las cocinas de los amigos o entrando a saco en los baúles de los abuelos. Se mezclan bien, se distribuyen en el mismo sentido que las cartas de los trasatlánticos, hecho lo cual se adornan las entradas de capítulo con viñetas ensortijadas, se espolvorea todo con algún prologuillo afanoso y ligero y se sirve casa a casa, ya que un libro semejante no se consigue en librerías. Gusto de los libreros.

Una segunda receta consiste en la anterior, pero trabajando previamente los platos, con honradez y espíritu humilde. La honradez sirve para respetar las recetas ajenas y la humildad para no poner ningún fruto de la propia cosecha.

Una tercera requiere la comparación una y otra vez de recetas ajenas con la adición de la propia experiencia,siempre apoyada en muy buenos diccionarios, que, algunas veces, resultan muy buenos consejeros.

La cuarta es lograr la traducción de los eufemismos de los cocineros que, siempre, como los peluqueros, son proclives a enlucir sus fórmulas para adornar, antes que los platos, su propia imagen. Hecho lo cual, se harán las sustituciones de rigor, pues muchas recetas requieren ingredientes que no se consiguen en los modestos mercados tropicales o que, si se consiguen, pueden llegar a producir, una vez ingeridos, dolorosas incomodidades bursátiles.

Y la quinta consiste en todo lo anterior más la invención y el descubrimiento juntos, la osadía, el valor y la desfachatez más extrema, siempre sazonados con hojitas de decentia rara, pimienta intravenosa y humor.

De lo anterior se puede colegir que no hay que creer en los libros escritos por gente joven, ni por pobres con mal gusto. Dicho lo anterior porque la experiencia sólo se adquiere con el correr de los años y porque, aunque el hambre es el mejor condimento, la pobreza es doble si a ésta se le agrega la falta de ingenio. Muchas de las mejores recetas provienen de tiempos difíciles, de falta de enfriadores, de los restos de los rincones de las alacenas exhaustas, de la necesidad de comer bien, sin tener con qué.

Si a lo dicho se agrega la consulta de las dietas de los filósofos, cuyo amor por la ciencia empieza en todos por tratar de contestar las milenarias preguntas y reclamos del estómago y las memorias de los escritores de ficción, se obtendrá, con el tiempo, un libro como éste de Tina Alarcón, que hasta ahora comienza, con la primera edición, el largo camino hacia la gloria de los autores culinarios, que culmina cuando el humo de la hoguera sube gris por la tronera del buitrón y los autores se han esfumado con él.

Finalmente, hay que hacer que el prólogo sea una hors d 'oeuvre y no el plato principal.


 
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